LAS EMOCIONES EN LA ADOLESCENCIA

Domingo  /  09 de Junio, 2024

La enseñanza no es tarea sencilla. Todavía se complica mucho más si dicha educación hay que ejercerla en las personas de menos edad. Les enseñamos a escribir, leer, practicar un deporte o desarrollar una actividad lúdica, pero, por lo general, nos sentimos desorientados-as cuando tenemos que instruirles sobre qué son las emociones y cómo gestionarlas.

No hay emociones buenas ni malas, todas tienen su propósito en nuestras vidas, la clave está en detectarlas, interpretarlas y gestionarlas. Nos ayudan a comunicarnos, tomar decisiones, resolver problemas, reaccionar con imaginación y creatividad, contener nuestros impulsos, relacionarnos con el resto de personas, etc.

Todo esto no resulta fácil resolverlo, todavía menos en edades tempranas al no entender el significado de las emociones. Dichas emociones pueden confundir y desorientar en algunas ocasiones, en otras aportan placer, pero también miedos y estados de alarma. El denominador común de todas ellas es que los-as adolescentes no son capaces de relacionarlas con determinadas circunstancias o experiencias de vida.

Desgraciadamente, las reacciones e instrucciones que las personas adultas les trasladamos tampoco les ayudan la mayor parte de las veces. En lugar de intentar controlar, dirigir y resolver la situación creada, les confundimos. Esto supone que su confianza disminuya, con la autoconfianza debilitada crece su inseguridad y en consecuencia no son capaces de tener convicción sobre lo que sienten y quieren.

Quienes estamos a su alrededor (madres, padres, educadores-as, entrenadores-as, monitores-as…) tenemos que ayudarles. Es importante que sean capaces de comprender y comunicar lo que sienten, que tendamos la mano para procurar hablar sobre las emociones abiertamente, que lo que digamos y traslademos tenga sentido para ellos-as. En definitiva, que les ayude a interpretar qué les ocurre, a sentirse más seguros-as y menos incómodos-as ante ciertas situaciones.

Pongamos el foco en la gestión de las emociones a través de la inteligencia emocional de nuestros menores. No se trata de hacer desaparecer determinadas emociones, porque eso es imposible. Tampoco pensemos que suavizar las emociones nos ayuda a que nuestros-as jóvenes sean más educados-as, extrovertidos-as o simpáticos-as. Se trata de ayudarles a que sean más reales.

Ser real significa tener momentos tristes, sentirse vulnerable, pero también estar alegre, desarrollar la curiosidad, apasionarse por determinadas cosas o cometer errores. Los adultos-as debemos prestarles atención, escuchar, aprender con ellos-as, ayudarles a pensar, interpretar, valorar las cosas, corregir los errores y que puedan alcanzar lo que quieren.

En la inteligencia emocional tenemos cinco componentes básicos. La autoconciencia, autocontrol y automotivación, dentro de lo que es la inteligencia intrapersonal, y la empatía e interacción emocional integradas en la inteligencia interpersonal. En las personas más jóvenes deberíamos hacer especial hincapié en la autoconciencia y autocontrol o regulación emocional. Enseñarles a gestionar ambos componentes.

La autoconciencia es fundamental para el desarrollo emocional de las personas. Es la capacidad de conocer las propias emociones, saber por qué ocurren y decidir qué respuesta darles desde la confianza y capacidad de elección. 

Mientras que el autocontrol o regulación emocional no se trata de suprimir la emoción, sino de ser capaces de comprenderlas y manejarlas a nuestro favor, en este caso de los-as jóvenes, conseguir que sean productivas. Les ayudarán a construir relaciones, aprender, jugar o ser más independientes.

Ojo, no significa que el resto de habilidades debamos ignorarlas, también hay que ayudarles a gestionarlas, pero estas dos que señalo son la base para el desarrollo del resto de competencias.

¿Estamos preparadas las personas adultas para enseñar inteligencia emocional a nuestros-as menores? En la respuesta a esta pregunta puede estar la clave.