Cuando escribía sobre el ego en este mismo blog, explicaba, entre otras cosas, la necesidad de eliminar de nuestra vida las culpas, las exigencias, querer tener siempre razón… El ego puede convertirse en nuestro mayor crítico, nos recuerda lo que hacemos mal. Insistirá de tal manera que un simple error nos genera un sentimiento de culpa que conseguirá bloquearnos.
Pero no son nuestros propios errores lo único que internamente, en ocasiones, nos impide seguir adelante y enfrentarnos a los retos que tengamos. Muchas veces no podemos avanzar por heridas del pasado causadas por otras personas. Si dichas heridas no están curadas, nos dejan determinadas huellas en nuestro cerebro y condicionan nuestro comportamiento a lo largo de nuestra vida.
Los padres y madres, e incluso personas cercanas importantes para nosotros y nosotras, son con frecuencia protagonistas de estos sucesos que nos provocan dolor (padres y madres excesivamente exigentes y exentos de cariño, quienes abandonan al niño-a o solo resaltan los defectos, ejercitando algún tipo de maltrato…)
Tanto si el sufrimiento es autogenerado a través de la culpa, como si lo propicia otra persona, resultan cargas muy pesadas y reducen las posibilidades de enfrentarnos con garantías en la busca de cualquier reto u objetivo que tengamos. Porque se convierten en mochilas antiguas que nos generan rencor, resentimiento e incluso odio. Y todo esto nos merma energía.
Es evidente que cuando alguien te agravia, sin quererlo o a propósito, resulta difícil pasar página. Cuando te sientes decepcionado-a, furioso-a o traicionado-a, pensar en perdonar a la otra persona puede hacernos sentir como si cediésemos. Perdonar no significa que eludamos sus acciones, tampoco implica que no hay cuestiones para resolver, ni que todo esté bien.
Pero si queremos mejorar y avanzar, tenemos que recurrir a la práctica de la aceptación y el perdón. Porque ese proceso nos permite eliminar, borrar y suprimir programas mentales y emocionales que nos restan fuerza y limitan nuestros recursos internos. El perdón es algo que nos beneficia a nosotros-as, a nuestra paz interior, no a la persona que nos hirió u ofendió.
Perdonar significa dejar la negatividad (resentimiento, frustración, ira) que sentimos como resultado de las acciones de otra persona. Implica renunciar a desear castigo, venganza, desquite o compensación. Significa reconocer que ya nos han herido una vez, así que no necesitamos permitir que la ofensa, el dolor y la pena sigan haciéndonos daño por aferrarnos a ellos.
A través de la aceptación y el perdón nos estamos permitiendo:
- Desengancharnos de emociones limitantes como la culpa, frustración, odio y rencor.
- Pasar página de sucesos dolorosos para nosotros-as y liberarnos del peso mental y emocional. Nos sentiremos aliviados al recuperar la paz mental interior.
- Empezar de “0” para que nada nos condiciones el futuro.
- Ser empático y comprender (ojo, esto no significa aprobar su comportamiento) a otras personas. Habitualmente, quienes nos han herido, suelen haber experimentado situaciones traumáticas a edades tempranas. Muchas ocasiones se limitan a imitar lo que les han enseñado, no saben hacerlo de otra manera.
- Abandonar la actitud de víctima y retomar nuestro poder en la vida. Somos dueños-as y responsables de lo que nos pasa, de nuestras reacciones. No podemos justificar nuestras limitaciones de ahora con hechos que sucedieron hace años (como de pequeño-a me criticaban constantemente, ahora no controlo mi autoestima y no avanzo profesionalmente de manera adecuada).
- Aprender de los errores. Gestionarlos correctamente.
- Aceptarnos como somos.
Por el contrario, si seguimos atrapados-as a ese dolor antiguo, terminaremos por conectar con el odio hacia otra persona o con el rechazo a nosotras y nosotros mismos. Ambas opciones son indeseables, no sirven de nada.
Muchas veces no podemos elegir lo que nos sucede, pero siempre podemos decidir cómo reaccionamos a ello. Nuestros pensamientos crean nuestra realidad, al ser los que generan nuestras interpretaciones de lo que sucede. Reaccionar de una u otra forma cambiará significativamente el resultado.
Si no perdonamos mantenemos la herida abierta deliberadamente, no se cierra, se infecta. Cuando perdonamos, nos permitimos curarla.