ACTITUD

Domingo  /  20 de Febrero, 2022

Definimos inteligencia emocional como la adecuada utilización de nuestras emociones para dirigir nuestras conductas a objetivos deseados. Porque no son los hechos ni las situaciones en sí mismas las que producen emociones, sino nuestra forma de enfocar lo que nos ocurre. Es decir, lo que percibimos, pensamos y proyectamos en las cosas que nos suceden.

Con la actitud nos ocurre algo parecido. La actitud es la predisposición que tenemos para afrontar todo aquello que vivimos. Además, no solo determina el nivel de compromiso que tenemos cada uno de nosotros-as, sino que a su vez tiene un impacto directo en el resto de personas que interactúan con nosotros-as. 

Resulta bastante habitual observar en departamentos de recursos humanos, gestión de equipos, etc. valorar a las personas por dos parámetros: conocimientos (la formación que tenga) y habilidades (generadas fundamentalmente por la experiencia). Evidentemente ambas suman, pero si le incorporamos la actitud, logramos un efecto multiplicador.

Seguro que todos-as conocemos personas que están muy preparadas y tienen mucha experiencia, sin embargo, no lucen porque les falta actitud. De la misma manera, individuos-as que tienen menos formación e incluso práctica, que incrementan su rendimiento gracias a su actitud. Personalmente, prefiero este tipo de perfiles porque contagian, consiguiendo un efecto multiplicador.

Mi actitud la elijo yo, depende de mí, no espero a que nadie me diga cuál es la que debo tener ni a que me motiven. Víctor E. Frankl, psicólogo, neurólogo y psiquiatra que escribió “El hombre en busca de sentido” tras su experiencia, conjuntamente con su familia, en los campos de concentración nazis, escribía: “la última de nuestras libertades humanas es decidir cuál será nuestra actitud en cualquier circunstancia”. Excelente criterio.

Y la elijo porque estoy convencido que determina el desarrollo de mis acciones, cómo intervengo en cada momento. Nuestro éxito como personas en todo lo que desarrollemos dependerá en gran medida de la actitud que logremos alcanzar. 

Ojo, eso no significa que estemos siempre contentos-as, enchufados-as… simplemente porque es imposible. Al igual que no estamos constantemente con la emoción de “alegría”, pero sí que podemos trabajar y gestionar un momento malo o cuando menos mejorable, nosotros-as elegimos cuál debe ser nuestra actitud en cada circunstancia y cómo queremos actuar.

No esperemos a que todo vaya bien para tener una actitud positiva, sino al revés, elijamos nuestra actitud en los diferentes escenarios que tenemos: en el trabajo, con la familia, amigos-as, hijos-as… porque ayudamos al resto y provocamos que actúen por contagio. Se trata de elegir en cada ocasión cuál es nuestra disposición, la mejor versión y ponerla en práctica hasta convertirla en hábito.

Si buscamos siempre culpables, justificaciones, mostramos una actitud pesimista, de miedo, inseguridad o ansiedad frente a los retos con los que cada día nos enfrentamos, nuestro rendimiento descenderá. Y, lo que es peor, nuestra calidad de vida se verá resentida, incluso en personas con mejor preparación.

No te olvides, una buena actitud (creer en uno mismo-a, ser positivo-a, proactivo-a, con iniciativa, alegre, empático-a, con objetivos motivantes, respeto hacia el resto…) tiene efecto multiplicador. Tú eliges qué actitud desarrollas cada día y en cada momento.