GESTIONAR LA AUTOEXIGENCIA

Domingo  /  24 de Abril, 2022

Vivimos en una sociedad cada vez más acelerada y exigente, lo que precisamente implica que se genere autoexigencia. Nos autoimponemos un código para circular, el cual vigilamos de una manera desmesurada, y acostumbramos a penalizarnos cada vez que equivocamos el camino o no alcanzamos nuestro deseado objetivo personal.

Nos cuesta valorar nuestro esfuerzo y la mejora. Cuando no salen las cosas, solemos machacarnos con el reiterado “estaba en mis manos” o el “dependía de mí”. Por el contrario, cuando alcanzamos la meta, fue motivo de la “suerte”. Constantemente recurrimos a las consignas negativas y conseguimos hacernos responsables de lo malo, pero no de lo bueno. Somos excesivamente duros-as con nosotros-as mismos-as.

La autoexigencia no es mala, bien gestionada produce automotivación y genera un comportamiento de superación. Por el contrario, una autoexigencia desmesurada e incontrolable, causará un estado de excesiva presión pudiendo llegar a la ansiedad. Llegados a este extremo, comprobaremos que cuanto más nos exigimos menos rendimos, simplemente porque estamos agotados-as.

Utilizar la reflexión y autocrítica con el ánimo de mejorar está muy bien. Supone verificar el trayecto recorrido sobre un tema concreto con el ánimo de aprender, corregir y avanzar. Pero si somos crueles con nuestro propio análisis, terminaremos por dudar de nosotros-as, de nuestras capacidades y de lo que hagamos, logrando un mal autoconcepto y abriendo la puerta a un posible estrés.

Es evidente que hay momentos que necesitamos un extra de nosotros-as, un ejercicio de responsabilidad y autoexigencia moderada o controlada. Para ello debemos proponernos objetivos razonablemente alcanzables, que impliquen esfuerzo, supongan un reto y un nivel de exigencia factible. Si la meta es imposible de alcanzar, tendremos un problema.

Es un error poner el foco exclusivamente en la obtención de resultados. Siguiendo un rígido esquema de ejecución, convencido-a que es lo que hay que hacer única y exclusivamente, cerrado-a a contemplar otras opciones o propuestas, sin empatía, obsesionado-a por nuestra razón.

Si establecemos criterios estrictos para marcarnos objetivos, sin analizar cómo lo hacemos ni los recursos que tenemos, obcecados-as por conseguirlos como sea, sin tener en cuenta el proceso (cómo, por qué y para qué), generando obsesión y preocupaciones, comprobaremos que no disfrutamos ni divertimos con nada, porque nada es suficiente independientemente de lo que hagamos. Llegados-as a ese punto, es el momento de replantearse esa conducta y el nivel de autoexigencia.