Pintura

Mi historia con la pintura



Como señalo en el apartado “presentación” de esta web, además del deporte, la otra actividad que me apasiona y vengo desarrollando a lo largo de mi vida es la pintura. Pinto desde que tenía seis años y esta actividad me ayuda a fomentar mi capacidad creativa.

No es algo que elegí practicar con seis años, mi madre fue quien me llevó a mi primer estudio de pintura, el de Jesús Ibáñez “Zaragata” en Tafalla. Algo vería en mí para tomar esa decisión, quizás la caligrafía, la forma de dibujar o simplemente quiso trasladarme lo que a ella siempre le hubiera gustado realizar. No lo sé, no lo recuerdo. En aquel entonces, por lo que me ha ido contando a lo largo de los años, posiblemente tenía ella más ilusión que yo.

Fue una experiencia inolvidable. Zaragata nos enseñaba a dibujar y, en aquel taller, quien no aprendía a dibujar no pintaba. Tras un periodo entre 2 y 4 años dibujando y tras su visto bueno, todos-as pintábamos el mismo cuadro. Unos barquitos en el mar en el que solamente podíamos utilizar dos colores, el blanco y azul prusia, lo cual nos obligaba a mezclar, difuminar, etc. A partir de aquí cada quien elegía su camino.

Tras Zaragata, me incorporé al estudio de Javier Esquiroz y después al de Vicente Aguilar, para terminar en la actualidad en Zona Pincel de Pamplona con María Agustino. Con mi paso por todos estos estudios, he podido reforzar la teoría y práctica, incluso aprender a ver, leer e interpretar la pintura, con diferentes cursos, seminarios y talleres en centros como la Escuela Municipal de Artes y Oficios Catalina de Oscáriz en Pamplona con Amaia Aranguren Arrieta, profesora de la escuela, y Ana Ulargui, Doctora en Historia. Así como en el Museo Universidad de Navarra de la mano de los pintores Antonio López y Juan José Aquerreta.

Pinto al óleo, ceras, pastel y acuarela, indistintamente, por aquello de manejar y experimentar diferentes técnicas y modalidades, aunque con la que más disfruto es con el óleo.

He participado en varias exposiciones, tanto colectivas como individuales, así como en concursos al aire libre, obteniendo diferentes premios y reconocimientos. Recoger un premio está muy bien, pero para mí el verdadero premio es el disfrute de pintar y el agradecimiento de la persona a la que le entregas el cuadro. Eso sí que son premios y reconocimientos.

Mi objetivo nunca ha sido dedicarme profesionalmente a ello, pero reconozco que no puedo prescindir de la pintura. Pintar me libera de mis obligaciones profesionales y personales, me transporta a un espacio donde solo hay cabida para la relajación, la creación y el disfrute. Da igual lo que pinte, tampoco importa la modalidad, lo único que me afecta es la atmósfera en la que me encuentre para pintar, necesito sentirme cómodo, liberado y distendido.

Pintar me relaja, me hace pensar, buscar diferentes opciones para abordar el proceso de realización y, por qué no decirlo, compartir con otros-as colegas inquietudes, ideas y proyectos pictóricos.

Soy de los que pienso que todos-as tenemos un don creativo, lo complicado es dar con él y aprovecharlo. Yo puedo presumir que di con él gracias a mi madre. Siempre le estaré agradecido por educarme e introducirme en el fascinante mundo de las artes plásticas.

Lo que la pintura puede contener: la obra de Valentín Urriza


El arte es exigente. La creación no es fácil para nadie, requiere de mucho tiempo -un tiempo particular que no admite interrupciones cotidianas- y de una fuerte autodisciplina para no desertar en su investigación y práctica. Actualmente, solo los artistas muy reconocidos pueden vivir de su trabajo; otros, la mayoría, combinan el taller con actividades que les reportan los medios económicos necesarios para vivir. De esta manera, los más afortunados pueden dedicarse a la enseñanza, pero son muchísimos los creadores que trabajan en la hostelería, el comercio y la industria; mientras no desfallecen de intentar, con enorme esfuerzo, hacerse un espacio en el ámbito artístico.


Por otro lado, hay también casos de personas que nunca se han planteado una carrera creativa porque desde un principio tienen claro que su modus vivendi será otro, pero, aun así, no renuncian al arte. Así, existen los denominados pintores naif, que son aquellos que se enfrentan a la tela sin formación alguna, ignorando -de modo consciente o no- todos los principios técnicos de la tradición occidental. Esta práctica nos ha dejado obras magníficas que ya forman parte de nuestra Historia del Arte como, por ejemplo, las de Séraphine Louis o las de Niko Pirosmani. Sin embargo ¿qué ocurre con aquellos pintores que, aún no planteándose una carrera profesional, adquieren formación y continúan la práctica artística de manera constante y puntillosa? A veces sucede lo que ocurre en el caso que nos ocupa, ya que la pintura de Valentín Urriza ha ido creciendo y desarrollándose, ganando lugar y ocupando un sitio de su vida y de su trabajo, que ya no puede ser interferido por nada más.


Urriza comenzó su formación en 1972, en el estudio de Jesús Ibáñez -Zaragata-. A partir de 1978 continuó en los talleres de Javier Esquiroz y Vicente Aguilar (todos artistas radicados en Tafalla). Desde 2011, y hasta la actualidad, asiste a “Zona Pincel” de Pamplona, donde María Agustino supervisa y aconseja su procedimiento creativo. Durante todo este tiempo, Urriza ha ido asumiendo una técnica pictórica sólida, tanto desde el punto de vista compositivo como del dibujo, luz y color, que demuestra a través del uso frecuente del óleo y la acuarela, aunque también trabaja el pastel y las ceras en barra.


Después de experimentar con diferentes estéticas, como vemos en las piezas Mujer y máscara, Arlequín y músico o Amanecer, el interés de Urriza se ha centrado en el hiperrealismo, utilizando la fotografía como una herramienta del proceso de creación. En este sentido, la iconografía que prevalece es el paisaje, donde Urriza escoge rincones vividos en sus diversos viajes, desde vistas de Guanajuato o Real del Monte hasta Dublín. También hay numerosas referencias a su tierra navarra con paisajes de Tafalla, Orisoain, Leire, Olite, Artaxona, etc. realizados en acuarelas de pequeño formato. Hay que destacar la belleza del óleo Haya en la selva de Irati donde la conjunción de colores cálidos y el tratamiento lumínico consiguen una obra de gran poesía que se aleja del lenguaje más realista.


Por otra parte, es necesario citar el gran dominio técnico que Urriza demuestra en las piezas donde se centra en un pequeño aspecto de la realidad, aumentando su importancia al otorgarle todo el plano pictórico y obligándonos a observar los pequeños detalles que lo componen. Aquí el pintor se hace mucho más minucioso, elaborando obras de gran perfeccionismo -destacando su habilidad en la ejecución de las diversas texturas-, que asombran por su superrealismo pictórico, donde todo rastro de pigmentos y pinceles ha sido eliminado. Así, un simple racimo de uvas, una ventana del casco viejo, unas copas de vino, unos zapatos o unas mariposas monarca, se tornan elementos de intensa potencia visual con los que Urriza provoca la reflexión sobre la belleza de las cosas pequeñas, de los pequeños momentos, capturando instantes que nos trasmiten ese lirismo que solo la pintura puede contener y que solo son capaces de desvelar quienes, como Urriza, saben escucharla.



Elina Norandi
Historiadora y crítica de Arte

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